viernes, 27 de junio de 2014

LA DEFENSA DEL HONOR




Hideki Omoto – Camino Hacia La Venganza

Los
cascos del caballo resonaban contra el suelo mientras subía aquel sendero a pleno galope. El bruto de piel negra cortaba el aire a una velocidad endiablada y su jinete permanecía ligeramente inclinado hacia delante, impasible. Pronto dejaron de escucharse los pasos, pues la nieve dejó de ser una fina capa casi imperceptible para convertirse en un grueso manto blanco y helado. No era la primera vez que Hideki hacía aquel recorrido desde el pueblo hacia la cima de la colina, era un trayecto muy hermoso. El camino subía entre dos montañas de cumbres permanentemente blancas. A su alrededor, bordeando la mismísima linde del camino se extendían praderas y pequeños bosques y arboledas dónde los pinos y los abetos, siempre sobrios y frondosos, parecían ser el amplio séquito de los nobles príncipes y princesas que eran los almendros, con sus mantos de flores rosadas. Sin embargo era raro encontrar un almendro en flor a aquellas alturas del año.


Un sendero estrecho y abrupto se separaba del camino principal y conducía hasta una pequeña laguna rodeada de sauces y escondida por la mole de unas montañas de roca casi desnuda. El murmullo de una cascada era lo único que delataba la posición de aquel trozo de paraíso. Hideki solía desviarse siempre que pasaba por allí y detenerse unos instantes en la orilla. La hierba en aquel lugar siempre estaba verde y era abundante y espesa, las flores, agrupadas en pequeños montoncitos que salpicaban aquí y allá los alrededores de aquel espejo de la luna cambiaban de color y de forma dependiendo de la estación, pero nunca desaparecían. Sin embargo en aquella ocasión el jinete pasó de largo. Una sombra cubría sus ojos y su frente, su ceño fruncido revelaba hasta dónde llegaba su preocupación y su ira.

No podía dejar de pensar en ella, el recuerdo de su piel, del olor de sus cabellos, aquellos ojos negros, toda su fisonomía. Se maldecía a sí mismo por haberla dejado sola y la idea de los sufrimientos que su captor podría hacerla pasar le torturaban. Una sonrisa irónica se dibujó en sus labios al pensar lo que diría la gente cuando supiera que iba a batirse a muerte con un noble conocido de su familia por una simple sierva; sin embargo no le quedaba otra salida. La amaba con toda su alma, y a cada paso de su caballo una lágrima ardiente resbalaba por su mejilla. La veía sentada junto a la ventana de su gabinete particular, en el ala norte del palacio, mirando el sol ponerse, imaginaba una sombra terrible acercarse por la espalda. Podía oír los gritos de Aiko como si hubiese estado allí.

La pendiente se suavizo un poco a la entrada de un palacete construido de roca, madera roja y pizarra, el jardín, cubierto por la nieve, era hermoso y exhibía con algo similar al orgullo un pequeño estanque en el cual podían verse nenúfares en primavera. Un sauce lamía el agua con sus ramas, casi por completo desnudas, cuyas hojas marrones y rojizas no soportaban el peso de los copos de nieve.

- ¡Hideyoshi Minamoto, soy Hideki Omoto, he venido a matarte para recuperar lo que es mío, sal si aún te queda algo de honor! – Hideki dijo esto al tiempo que desmontaba, su voz hizo eco en las montañas cercanas. Al otro lado del patio se abrió una puerta.

Aiko Shujin – Rapto


Aiko aún recordaba el primer día que pasó en aquel palacio, en aquel gabinete rojo inundado de cojines permanentemente iluminado por el sol durante el día y por la luna durante la noche. Había llegado a aquel lugar como pago de una deuda que su padre tenía con la familia de Hideki y ahora consideraba aquel palacio su hogar. Pese a haber llegado a la casa como una sirviente más pronto se vio beneficiada por el favor de Hideki, que le dispensaba casi los mismos cuidados que a una gran dama. El la amaba y ella le correspondía, pero sus condiciones completamente distintas impedían cualquier tipo de enlace oficial.

Apoyada en una columna, sentada sobre un cojín en el suelo de su habitación Aiko miraba por la ventana cómo se ponía el sol. Hacía más de una semana que no veía a Hideki y ardía en deseos de estar con él, especialmente porque deseaba darle la noticia. Se sentía enormemente dichosa, pero a medida que la luz del sol desaparecía en el horizonte, sumiendo el gabinete en la penumbra, un terrible miedo se apoderó de ella ¿y si lo repudiaba?¿y si se negaba a reconocerle como su hijo? Aquella criatura que llevaba en su vientre era hijo bastardo de Hideki, pero tal vez el, pese a su bondad, se negaría a reconocerle como tal.

Sumida en tales pensamientos su mirada se perdió más allá de los cristales de su ventana, traspasando incluso aquel infinito horizonte por dónde apenas se distinguía ya una sombra de lo que momentos antes era el sol. Su mente vagaba mientras su corazón se agitaba en su pecho temeroso de recibir un golpe fatal. Sin que se diera cuenta de nada, una sombra se acercó por su espalda, cuando sintió una mano tapándole la boca y se dio cuenta de que era la mano de un desconocido sus pulsaciones aumentaron al momento. Pero cuando supo que aquella mano pertenecía a un hombre que pretendía raptarla y sacarla de su hogar por la fuerza para poseerla probablemente por los mismos métodos no pudo soportarlo y se desmayó.

Cuando despertó se hallaba en otra habitación, blanca en lugar de roja, con adornos de pizarra negra en las paredes, apenas se adivinaba la luna por una diminuta ventana y el aire estaba algo cargado. A su lado encontró a un hombre al que reconoció, lo había visto varias veces hablando con Hideki, aunque no recordaba su nombre. Varios candelabros coronados con cirios rojos alumbraban la estancia. Cuando comenzaba a creer que su miedo no era fundado y que no corría peligro una de las manos de aquel hombre se poso sobre uno de sus pechos mientras la otra le sujetaba las muñecas. Forcejeó con su captor durante algunos minutos antes de volver a desmayarse.

Su segundo despertar en aquella casa le trajo la noticia de que ya había amanecido. Antes aún de encontrarse totalmente despierta escuchó una voz familiar en el exterior:

- ¡Hideyoshi Minamoto, soy Hideki Omoto, he venido a matarte para recuperar lo que es mío, sal si aún te queda algo de honor! – Hideki dijo esto al tiempo que desmontaba, su voz hizo eco en las montañas cercanas. Al otro lado del patio se abrió una puerta.

Reconoció a Hideki y saliendo por una puerta que no cerraba bien y había quedado entornada, descendió unas escaleras a tiempo de ver al hombre que había abusado de ella de espaldas, vestido como para un combate y bien armado, saliendo por una puerta al patio, al otro lado del jardín reconoció el caballo del padre de su hijo.

Ietsuna Katsuyuki – El Carácter de Hideyoshi

Siempre había sabido que el corazón de Hideyoshi era malo y envidioso, lo había demostrado desde que apenas era un niño; sin embargo Ietsuna le amaba como a un hijo; aquel niño recién nacido que había encontrado hace casi treinta años se había convertido en un hombre alto, de pelo moreno y espeso, con las facciones marcadas y una mirada terriblemente penetrante. Su cuerpo se había transformado en un ejemplo de las formas humanas dónde cada músculo era fácil de distinguir a simple vista sin que esto deformase en nada sus elegantes formas. Aquel infeliz era hoy un hombre atractivo y de una inteligencia muy viva, casi tan viva como su maldad; su ambición era infinita, para Hideyoshi el fin siempre justificaba los medios, aunque estos medios implicasen pasar por encima de otras personas o incluso matar.

Ietsuna nunca comprendió porqué su hijo adoptivo se comportaba de aquel modo. No entendía cómo un muchacho de su talento e inteligencia, un hombre que conocía todos los secretos de la ciencia y que parecía encontrarse siempre un paso por delante de todos torturaba a sus mascotas de niño y a sus criados siendo adulto. Para Hideyoshi no había límites, si quería algo lo cogía sin más; la única voluntad válida para él había sido siempre la suya propia. En cierto modo se parecía a aquel ángel malo que se reveló contra su creador porque se sabía superior al resto de las creaciones y sin embargo...

Ietsuna no tenía fuerzas para echar a Hideyoshi de su lado, no porque sus brazos no pudieran ya sostener una espada o sus piernas apenas le sostuvieran de pie, ya que todos los sirvientes de palacio le reconocían aún como su amo y le ayudarían. Ietsuna encontró a su hijo teniendo ya una edad considerable así que aquel al que había criado como sangre de su sangre sin serlo era ahora joven y vigoroso mientras el era un anciano, pero no era esta diferencia física la que le impedía hacerle marchar. Le faltaba fuerza de carácter. Hideyoshi era lo único que le quedaba en el mundo y no quería perderlo a pesar de sus defectos.

Cuando trajo a aquella mujer de noche Ietsuna supo lo que había ocurrido; llevaba algún tiempo sospechando que su hijo tramaba algo y su instinto no le había fallado. La presencia del joven Hideki a las puertas de su palacio reclamando a Hideyoshi para un duelo no le sorprendió.

Hideyoshi Minamoto – Duelo

Sabía de antemano lo que Hideki haría cuando se enterase del secuestro. Aiko era la preferida de Hideki así que Hideyoshi estaba preparado antes de su llegada. Llevaba puesta su armadura ligera y su espada brillaba en su mano izquierda; no era la primera vez que tenía que batirse en un duelo similar a este y nunca ningún adversario había sido capaz de dejarle ni siquiera una cicatriz como recuerdo. La gente se empeñaba en enfrentarse a él ¿acaso no comprendían su inferioridad? Hideyoshi se sabía superior a los demás y disfrutaba demostrándolo, pero aquel juego inútil comenzaba a aburrirle, siempre salía vencedor.

Cuando llegó a dónde Hideki le esperaba pudo ver la espada de su adversario reflejar los débiles rayos del sol sobre la nieve que cubría el suelo. De la nariz del caballo que le había llevado hasta allí se escapaban dos pequeñas columnas de humo blanco a causa del frío y el lejano rumor de una cascada llegaba a lomos del viento que comenzaba a soplar. Sus miradas se cruzaron durante unos segundos. Lo siguiente que cruzaron fue el acero de sus armas.

El baile, pues ambos contrincantes se asemejaban a dos bailarines en una complicada coreografía, no duró mucho. El final de aquel acto llegó cuando uno de aquellos cristales de la muerte hizo entrar a su señora en el cuerpo del joven, que sintió cómo poco a poco le abandonaba la vida. Hideyoshi se dio la vuelta y entró en palacio mientras Hideki caía de rodillas. Su espada había vuelto a teñirse de rojo. Aiko pasó corriendo a su lado entre gritos y sollozos. Después de todo aquella mujer ya no le interesaba, solo había sido un capricho más.

Hideki Omoto – El Fin De La Misión

Al
principio le dolió bastante, pero cuando sus rodillas tocaron el suelo la herida dejó de dolerle. De hecho apenas sentía nada. Entre sombras vio como se acercaba Aiko y la sombra de una sonrisa se dibujó en su rostro. Cuando ella le sujeto la cabeza ya no podía verla, ya no podía ver absolutamente nada.

Sin embargo todavía escuchaba lo que pasaba a su alrededor, podía oír los sollozos de Aiko y a su caballo piafando. Pudo sentir unos labios acercarse a su oreja y decirle al oído unas palabras que no entendió. Cada vez le costaba más coger aire y su pecho iba dejando de moverse poco a poco. Las fuerzas le abandonaron por completo y dejo de percibirlo todo; no podía ver ni oír ni oler y tampoco sentía nada con el tacto. Tuvo la certeza de que estaba muerto y supo que la nada le acompañaría por el resto de la eternidad.

Aiko Shujin – Muerte


Aiko pudo ver como la espada de Hideyoshi atravesaba el cuerpo de Hideki haciendo saltar trozos de su armadura. No pudo contener un grito de terror. Corrió lo más rápido que pudo en dirección a su querido príncipe, que había caído de rodillas. Con cuidado le ayudo a tumbarse y apoyo la cabeza del joven en su regazo mientras le mesaba los cabellos. Las lágrimas le ardían en el rostro ante la certeza de que su amado se moría.

Pensaba en su hijo, en el hijo de ambos que nacería pronto y un terrible dolor en el pecho la impedía respirar. Entonces recordó que Hideki no lo sabía y acercando sus temblorosos labios, empapados por las lágrimas, a la oreja de Hideki, le apartó el pelo y se lo dijo. Su confesión no obtuvo respuesta. El joven estaba muerto y Aiko se sentía desfallecer de pena mientras veía la nieve teñirse de color carmesí.

Ietsuna Katsuyuki – Justicia

Había tomado la decisión y aunque le resultaba penosa y dura, la determinación que refuerza el cuerpo y la mente de los que saben que actúan correctamente brillaba en sus ojos. Sus labios estaban apretados y su ceño fruncido. En ese momento Ietsuna despedía una energía que hubiera hecho retroceder al más joven y hábil de los guerreros.

Se aproximó a una pequeña mesa que había en la sala adjunta al “hall” y desenvainó una espada que llevaba ya diez años guardada, sirviendo de adorno. Al levantarla sintió renacer la juventud en sus músculos y su decisión se reafirmó. Se quedó de pie al lado de la puerta de entrada, esperando.

Su hijo se aproximaba a la casa con una sonrisa irónica en el rostro, dejando que la sangre de su adversario chorrease de la hoja de su espada oscureciendo la nieve.

- Hideyoshi – dijo Ietsuna cuando su hijo atravesaba el umbral.

Pudo verle los ojos mientras su acero cortaba el aire y seccionaba el cuello de Hideyoshi dejando que su cabeza rodase por el suelo. Al momento Ietsuna sintió como se le oprimía el corazón y las lágrimas caían por su rostro y le empapaban la barba, blanca por el paso de los años.

Mirando el cuerpo inerte de su hijo adoptivo sujeto su espada con las dos manos y apretó con fuerza. La determinación había vuelto a invadirle y su mano no tembló cuando se aplicó el hara-kiri. Ahora podría descansar en paz.

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