miércoles, 18 de septiembre de 2013

OBSESIÓN



"¡Siiiiiiiiiii...!" el ahogado grito de placer de Aurora coincidió con la salida del sol. Otra noche en blanco. Otra noche sumida en el lujurioso manto que era para ella el cuerpo de Raúl.

Los cuerpos desnudos de los dos amantes, sudorosos, yacían uno sobre otro en la cama. Llevaban así tres meses, justo el tiempo que hacía que se conocían. Apenas dormían, apenas comían. La casa estaba hecha un desastre.


Todo comenzó una noche cualquiera, en un bar cualquiera, durante una borrachera cualquiera. Solo llegaron a cruzar una palabra. Fue como cuando un trozo de metal se encuentra con un imán irresistible. Cinco minutos después estaban en su casa, en su cama. Aún recordaba como sus manos grandes y fuertes sujetaban su cuerpo desnudo, y como su lengua descendía suavemente por la piel de su cuello, deteniéndose varios minutos en sus pechos, jugueteando con sus pezones. Recordaba con todo detalle como había continuado su descenso hasta llegar a su entrepierna, cómo acarició sus labios lentamente, preparándola para sentirla directamente en el clítoris, fría y cálida al mismo tiempo. Aún sentía como se movía, primero despacio, de arriba hacia abajo, de izquierda a derecha, en círculos. Recordaba sus propios gemidos cuando los labios de él se cerraron sobre lo más sensible de su sexo. Volvió a sentir sus dedos dentro de ella, moviéndose uno arriba, otro abajo, apretando con pasión pero tiernamente las pareces de piel que los rodeaban. Sólo con imaginarlo sentía escalofríos.

Vino a su mente el momento en el que le miró a los ojos y sintió el impulso irrefrenable de acariciar su pene. No era especialmente grande, ni especialmente grueso, pero tenía algo especial. Pudo sentir como vibraba cuando lo acariciaba. Casi sintió la oleada de placer que los gemidos de él revelaban cuando se lo metió en la boca. Era incapaz de olvidar aquel sabor, dulce y salado a la vez. Y aquella textura, el roce de su miembro contra sus labios. No podía dejar de acariciarlo tiernamente con su lengua.

Como un chispazo, ambos sintieron la necesidad de unirse al fin. Cuando él la penetró por primera vez sintió traspasar las barreras de todo placer conocido. Recordaba perfectamente cada sensación que le producía aquel pene en su interior. El roce de sus pieles, los dientes de él mordiendo su cuello un instante y sus pezones al siguiente, sus manos apretándola contra él. Recordó como el placer le puso la vista en blanco. Era como si estuvieran destinados para aquello. Los dos sabían perfectamente lo que deseaba el otro en cada momento.

Casi pudo ver la imagen de él acariciando su ano con la lengua. El placer que sintió cuando su sexo penetró aquel agujero todavía virgen fue algo indescriptible. No sintió dolor, como se había figurado durante años. Solo era capaz de sentir placer.

Continuaron toda la noche. Probaron todas las posturas. Sus relaciones duraban horas en las que cada segundo equivalía a un siglo de placer.

En tres meses apenas habían hablado. Casi no se conocían. Recordaba su nombre porque lo llevaba escrito en una esclava que colgaba perpetuamente de su muñeca derecha. No podían hacer otra cosa más que acostarse, una y otra vez. Los atraía una fuerza más allá de toda voluntad.

Los primeros coches empezaban a circular bajo su ventana cuando casi le suplicó que volviera a penetrarla, que la hiciera suya una vez más. Sentirle dentro de nuevo fue como inyectarse una droga a la que eres adicto después de una espera demasiado larga. Aquello les destruiría a ambos y sin embargo...

"Aahh...si ¡no pares!"

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