viernes, 27 de junio de 2014

12 NOCHES CON EL SEÑOR X - 28 DE FREBRERO, PRIMERA NOCHE



La noche estaba siendo bastante normal. Una de esas noches aburridas en una fiesta aburrida organizada por la empresa, con todo el mundo vestido de etiqueta y camareros paseándose entre gente mucho menos importante de lo que se cree manteniendo conversaciones absolutamente irrelevantes sobre las desgracias del mundo. Aquellas reuniones siempre me hacían sentirme fuera de lugar y sin ganas de nada, me dedicaba a observar a los asistentes, intentando adivinar quien había alquilado el traje porque no podía permitirse comprar uno de categoría y a responder con tópicos aleatorios a cualquier pregunta que me hicieran. A fin de cuentas solo estaba obligada a hacer acto de presencia, no a ser sociable.

Pero aquella fiesta no tardó en volverse completamente diferente. Aquella noche lo cambió todo. Como ya he dicho, me dedicaba a observar a la gente que charlaba en el salón, asombrándome por cómo eran capaces de entregarse tanto a sus conversaciones vacías, cuando sentí que alguien me observaba a mí. Estaba casi en la otra punta de la estancia, fingiendo que le prestaba atención a la conversación de un hombre de pelo cano y su mucho más que retocada mujer. Llevaba un traje sencillo, de color oscuro con raya diplomática pero, a diferencia de muchos otros asistentes, no parecía un disfraz, sino que parecía casi su propia piel. Tenía el pelo negro y largo recogido en una elegante coleta y casi ocultaba las expresiones de sus labios en su cuidada perilla, pero sus ojos estaban despejados y brillantes. Eran unos ojos oscuros de mirada penetrante, que parecían estar pensando mil cosas a la vez pero que no dejaban escapar ninguna por completo, esa clase de ojos que puedes mirar durante horas sin darte cuenta del paso del tiempo y sin llegar a desentrañar sus misterios. Al principio me sentí casi fascinada, pero pronto me invadió una sensación de cierta intranquilidad y busqué cobijo entre otro grupo de gente, en otra parte del salón.

Fue inútil. Desde la primera vez que cruzamos la mirada no deje de buscarle una y otra vez y siempre parecía estar ahí, enfrascado en otros asuntos, pero desviando la mirada hacia mí. No era insistente, ni descarado, pero conseguía que una leve mirada de refilón fuera tan inquietante como el escrutinio más atrevido. Desprendía magnetismo. Pronto comenzamos una especie de danza en la que yo me cambiaba de posición tratando de evitar su atención y él hacía lo propio buscando un lugar desde el que observarme mejor sin perder el disimulo. Tras un rato dejé de de esconderme y simplemente seguía jugando, pendiente de sus atenciones. En una ocasión nos cruzamos y su mano me rozo el brazo; pareció algo accidental pero estoy segura de que lo hizo a propósito. Se me puso la piel de gallina y sentí como se me aceleraba el corazón de una manera que no podía esperarme. Sentí como me acaloraba y me subían los colores tras aquel roce. Tanto que me excuse para ir al aseo.


Estaba mirándome en el espejo, apoyada en la encimera de mármol que adornaba la pila del lavabo, tratando de serenarme, cuando la puerta se abrió y él entró, echando el cerro tras de si. No dijo ni una palabra, solo me miró con esos ojos insondables que ahora parecían brillar con un fuego oscuro y lleno de deseo. Abrí la boca intentando decir algo pero no tuve tiempo: antes de darme cuenta avanzó hasta mí y apretándome contra él con un brazo, usó el otro para sostener mi cabeza con una firmeza casi delicada y empezó a besarme con más pasión de la que había sentido en toda mi vida. Aún no se porqué, pero me dejé llevar. Sus manos parecían amoldarse a la perfección a las curvas de mi cuerpo y sus labios me hacían olvidarme de todo. De pronto me dio la vuelta en un movimiento y sentí como su mano se colaba bajo mi vestido y de un tirón me arrancaba las bragas. Apenas era consciente de mis actos ni de mis emociones, casi no me enteraba de lo que estaba pasando. Solo escuché el choque de su cinturón contra el suelo antes de que su mano me agarrara del pelo tirando de mí y su pene se abriera paso entre mis piernas de forma simultanea.

Perdí la noción del tiempo y casi la conciencia de mí misma, me encontraba en un estado de irrealidad en el que me convertí en su marioneta. No se cuanto tiempo estuvimos allí encerrados, no lo recuerdo. Tampoco recuerdo cuando me quitó el vestido  ni qué hizo con mi sujetador. Solo recuerdo el calor y la dureza de su miembro entrando en mí una y otra vez, abriéndose paso hasta los rincones más profundos de mi carne con un ímpetu que no había sentido hasta el momento. Intenté reprimirme, pero no podía evitar gritar con cada embestida. Recuerdo sus manos sujetando mi trasero mientras mis piernas rodeaban su cintura y el frío de la pared en mi espalda mientras cada movimiento suyo se transformaba en un rayo de placer. Recuerdo sus dientes en mi cuello, su lengua en mis pezones. Recuerdo su respiración. Me recuerdo vagamente pidiendo más y más. Recuerdo su mano en mi cuello y su mirada clavada en mí, con una sonrisa torcida en la boca y como yo le animaba a ir aún más fuerte empujándole dentro de mí con los talones.

Lo último que recuerdo de aquel encuentro es el sabor de su pene bañado en mí entrando en mi boca y el calor de su despedida sobre mi pecho. Después de aquello me quedé allí, sentada en el suelo del baño, observándole. Él siguió sin decir nada, solo me miró una vez más, rebuscó mi móvil en el bolso y marcó unos cuantos números. Después me lo dio, abrió la puerta y se fue. Me quedé pensativa durante un tiempo que no sabría decir cuanto duró aunque me matasen y después miré el móvil. En la agenda vi un número nuevo y una simple X mayúscula como nombre de contacto.

Cuando volví a salir al salón principal, vestida solo con el vestido y con el pelo y el maquillaje arreglados de la mejor forma que pude, la gente seguía ocupada en las mismas actividades de antes. Nada parecía haber cambiado, pero desde el primer instante supe que él ya no estaba allí. 

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