domingo, 26 de agosto de 2012

HISTORIA DE MAR Y TIERRA

Esta es una novela de corte juvenil que comencé a escribir hace ya mucho tiempo. He decidido terminarla y compartirla con vosotros. La iré publicando por capítulos y cómo estamos de estreno, os dejo los dos primeros después del salto.



Capítulo 1

El enfrentamiento del honor y del reconocimiento con el miedo y la cobardía llama a los auténticos hombres a permanecer y resistir dónde otros caen y se desmoronan. Por eso, y no por una disposición natural, he salido adelante en esta vida. Sí, prescindiendo de modestia alguna, me considero, y lo hago ahora, pues no siempre fue así, un hombre hecho y derecho, un hombre auténtico, decidido y arrojado sin que ello interfiera en poseer otras cualidades igualmente importantes, como la prudencia y la frialdad necesaria para permanecer impasible en determinadas situaciones límite.

- ¡Nigglers, amarra bien ese cabo o terminaremos en el estómago de algún tiburón, inútil!

No tendría mucho sentido que dijera todo esto sin justificarlo. Podría hacerlo simplemente enumerando las aventuras en las que he tomado parte y los peligros que he superado; pero no lo haré de esta manera. Por el contrario creo más conveniente contar el marco en el que crecí, cómo me eduqué, dónde y en qué compañías; y sobretodo relatar, ahora que ya comienzan a pesarme los años, cómo un hombre taciturno, gris y severo marcó el curso de mi vida y me convirtió, sin yo percatarme de ello, en el hombre que soy ahora y cómo yo, sin darme cuenta, le devolví a él parte de la alegría que la vida le había arrebatado. No os equivoquéis, no soy un hombre honrado...

- ¡Nigglers! ¡Por todas las tempestades del infierno, amarra ese maldito cabo de una vez o te juro por la perra de tu madre que te ataré al mascarón de proa! Maldito perro de agua dulce...

Como decía, no soy un hombre honrado, al menos no soy lo que la sociedad considera un hombre honrado, nunca lo he sido. Pero me estoy desviando del tema, será mejor que comience mi relato.

No sabía cuál era mi edad, pero debía tener alrededor de 8 años cuando todo comenzó. Mi madre había muerto al darme a luz y mi padre, demasiado aficionado a la bebida, había muerto pocos meses atrás. Siendo tan joven y sin ningún familiar que me acogiera, me vi obligado a dedicarme al robo para poder llevarme algo de comer a la boca.

Así pues, todos los días acudía por la mañana, poco después del amanecer, al mercado que había en las cercanías del puerto. Las tiras de carne en salazón y los pescados frescos, recién llegados del mar, constituían el grueso de las mercancías que se vendían en aquel lugar. Yo solía deambular de puesto en puesto, tratando de pasar desapercibido o simulando ser el hijo de algún pescador que pasara por allí, hasta que me encontraba frente a un puesto más grande que los demás que hacía esquina con la calle más ancha que llevaba del puerto a la ciudad. En más de una ocasión el dueño me había pillado "in fraganti", pero la imposibilidad de abandonar su puestecillo y la prominente barriga le habían impedido darme alcance.

Precisamente aquella mañana el tendero me había visto.

- ¡Maldito mocoso! Algún día te cogeré, lo juro, haré que te persiga la guardia real si es necesario.

Escuché este grito del tendero a medida que me alejaba, así que ya estaba muy lejos cuando comenzó a soltar maldiciones. Había robado 3 tiras de carne y una trucha; no eran muy grandes, pero tendría para comer y cenar. Con la ayuda de un cuchillo viejo y oxidado abrí el pez y lo limpié por dentro. Arrojé las tripas al mismo rincón dónde lo hacía siempre, aquella esquina de la cochambrosa choza en la que vivía desde que murió mi padre estaba comenzando a oler bastante mal, alguno de estos días tendría que limpiarla. Miré a mi alrededor buscando algunas ramitas y hojas secas con las que prender un fuego. Cuando hube reunido un montoncito y conseguí trinchar la trucha en una rama, prendí, no sin esfuerzo, una pequeña hoguera. El pez tardaría en cocinarse, lo sostenía clavado en el suelo junto al fuego para que se fuese haciendo, así que aproveché para calentarme las manos y mordisquear una de las tiras de carne seca. A menudo pensaba en buscarme un trabajo de aprendiz en algún sitio, pero siempre que lo intentaba la respuesta era la misma:

- Eres demasiado joven muchacho, vuelve dentro de unos años y hablaremos.

No me gustaba robar, pero no me quedaba otra salida. El olor a pescado frito me sacó de mi ensimismamiento. Comí bastante despacio, saboreando bien la comida, por si acaso no podía volver a comer en un par de días. Cuanto terminé envolví la tira de carne que me quedaba y medio pez en un papel y dejé el paquete junto a una pared, a la sombra. No tenía amigos así que no tenía mucho más que hacer durante el día salvo pasear por la ciudad; y eso fue precisamente lo que hice. Las calles principales estaban asfaltadas, bastante mal, con adoquines viejos y deslucidos y el resto de callejuelas y callejones eran simplemente caminos de tierra. La ciudad no era especialmente grande, aunque estaba comenzando a crecer debido a que un rico barón se había establecido en una propiedad al norte de la población. La casa dónde vivía el barón era enorme, tenía cuatro alas bien diferenciadas y un jardín gigantesco. Los setos estaban podados con diferentes formas, imitando animales, personas y otros objetos que no sabía reconocer. El olor a hierba húmeda era muy agradable, por eso pasaba siempre por delante de la valla que separaba la propiedad del resto de la ciudad y me detenía allí durante un buen rato. La brisa que llegaba desde el mar, el suave sonido de las olas y el olor de la hierba y su color verde intenso suponían un contraste delicioso. Justo en el centro del jardín había una fuente de mármol blanco preciosa. El agua caía formando cinco cataratas en miniatura que reflejaban los rayos del sol y hacían aparecer cinco pequeños arco iris. Aquella tarde, como muchas otras, pasé junto a la verja y me detuve. Me senté en una piedra y me puse a pensar. Me imaginaba a mi mismo dentro de muchos años viviendo en una casa como aquella, con un jardín como el que tenía delante, cerca del mar. Entonces algo me dio en la espalda y casi me hace caer de bruces al suelo. Me giré y vi a un hombre alejarse corriendo calle abajo, en dirección al puerto. Miré a mi alrededor, las calles comenzaban a ponerse oscuras, estaba anocheciendo. Me había quedado dormido.

- ¡Eh tú! ¡Detente!

Tres hombres vestidos con un uniforme azul corrían en mi dirección gritando como locos. No tardé mucho en reconocerlos como guardias. Todavía no se muy bien porqué, pero inmediatamente asocié esos hombres con mis robos diarios. Entonces me acordé de lo que el tendero me había gritado aquella mañana; instintivamente me levante y comencé a correr con todas mis fuerzas. La calle que llevaba al puerto estaba ligeramente inclinada en una pendiente descendiente, así que no me costaba ir deprisa, pero tenía la sensación de que de un momento a otro me iba a caer rodando.

En el puerto había muchos lugares dónde un muchacho de mi constitución podría esconderse, barriles, cajas, antiguos puestos de vigilancia en desuso...si llegaba al puerto estaría salvado, lo malo es que al paso que iban aquellos guardias no llegaría al puerto. Miré a ambos lados y sin pensarlo mucho giré a la derecha, el movimiento fue bastante brusco y casi pierdo el equilibrio, pero conseguí continuar por una callejuela estrecha y oscura, avancé unos cien metros y volvía torcer, esta vez a la izquierda, bajando por una calle paralela a la primera, en dirección al puerto. Una vez hube llegado a mi destino, me detuve para recuperar el aliento, ocultándome en la sombra de una esquina. El puerto estaba bastante más abarrotado de lo habitual teniendo en cuenta la hora que debía ser. A mi alrededor unas sesenta o setenta personas se movían frenéticamente de un lado a otro, cargando y descargando enormes barcos. Probablemente alguno de los últimos navíos en atracar esa tarde había dado el aviso de que algún gran banco de peces se encontraba cerca y todos se estaban dando prisa para alcanzarlo a tiempo. A mi izquierda unas poleas enormes subían algunas cajas de un tamaño considerable a bordo de una gran carabela. El barco debió de haber sido negro algún tiempo atrás, pero la pintura había ido desapareciendo y ahora parecía mucho más viejo de lo que realmente era. Cuando las cajas estuvieron a bordo el barco recogió el ancla y solo mantuvo como sujeción al puerto una cuerda, sin embargo dejó puesto el tablón para subir a bordo; probablemente esperaban a alguien. A media altura podía verse un ventanuco.

De pronto un gran alboroto comenzó a acercarse desde la derecha. Cuando giré la cabeza vi al hombre que había chocado conmigo y a los guardias ligeramente más atrás. No se muy bien porqué pero corrí en dirección al barco negro, me agarre a la cuerda que lo unía a tierra y trepé hasta el ventanuco. Una vez dentro del barco me encontré en una especie de almacén lleno de sacos y barriles. Podía escuchar a los hombres preparándose para partir en la cubierta. Se movían de un lado a otro si detenerse, pero no hablaban, solo de vez en cuando se escuchaba una voz dando instrucciones. De pronto escuche los pasos de un hombre que subió al barco a toda velocidad por la tabla que hacia las funciones de rampa, y el sonido de la madera rozando con la madera me indicó que la retiraron en el acto.

- ¡Cortad el amarre! ¡Rápido inútiles! ¡Remad!

Era una voz autoritaria, como acostumbrada a mandar, llena de fuerza y carisma, tan imponente que daba incluso miedo, la que daba aquella orden. Los pasos acelerados en cubierta y el comienzo de un movimiento suave indicaron que la orden se había cumplido, el barco partía. Estaba escondido en la despensa de un barco que partía hacia alta mar...nunca había subido a un barco y la idea de encontrarme de polizón en uno me hizo estremecerme de pies a cabeza.

La temblorosa luz de una lámpara de aceite se filtraba a través de las rendijas de los tablones. A pesar de mi miedo, la curiosidad me impulsó a encaramarme a un barril que parecía bastante resistente y mirar por aquellas rendijas. De pie, a unos pasos de mi posición un hombre de estatura media, rubio, ancho de hombros con el rostro cubierto por una barba de tres o cuatro días, gesticulaba efusivamente dando órdenes a los marineros. Junto a él había una gran bolsa en la que brillaban monedas de oro y algún papel timbrado, como de escritura, sobresalía de ella. Sin duda se trataba del capitán. Sus facciones eran rígidas y cuando no hablaba daba la sensación de tener los dientes constantemente apretados. Sus labios eran finos, de un tono rosado muy vivo y algunas arrugas bordeaban sus comisuras. Tenía una frente ancha dónde se podían ver varias arrugas más que le daban un aire meditabundo y muy inteligente. Más tarde comprendería que esas eran en realidad las marcas que deja en un hombre la libertad. Sus movimientos decididos y enérgicos a la par que tranquilos y seguros dejaban adivinar una excelente condición física. La imagen general era abrumadora; su estampa causaba una profunda impresión, imponía su autoridad con su sola presencia. Pero lo que más llamaba la atención de toda su fisonomía eran aquellos ojos grises. Parecían hechos completamente de hielo. Su mirada era terriblemente segura y fría, casi inexpresiva. Su confianza en sí mismo y la autoridad que ejercía sobre los demás se reflejaban en aquellos ojos helados. Tres pequeñas arrugas al final de cada ojo indicaban a los demás la astucia e inteligencia que había en aquel hombre. Aquellos ojos no parecían corresponderse con la edad del marino, que debía rondar los treinta, parecían los ojos de un hombre mucho más mayor. Estaba seguro de que si el diablo tuviese ojos, serían exactamente igual que aquellos.

- ¡Rápido Lowgue, quiero ver la arboladura vestida de blanco ya!
- ¡Sí, capitán! ¡LARGAD LA MAYOR! ¡QUE ONDEE LA VELA DE MESANA!
- ¡Coloca dos hombres armados en cada aleta, el resto a los remos, yo llevo el timón!

Las órdenes de aquel hombre se cumplían al instante, nadie rechistaba ni preguntaba porqué, todos se movían de un lado a otro haciendo esto o aquello con la mayor presteza de la que eran capaces. El barco comenzó a ganar velocidad rápidamente mientras aquel hombre saltaba por la cubierta hacia popa y le daba una vuelta entera al timón por el lado de estribor. De pronto el ruido de unos cañones y sus proyectiles cruzando el aire y chocando contra el agua hizo enmudecer a toda la tripulación. El barco ya salía del puerto y comenzaba a navegar en dirección a alta mar.

- ¡Vamos contra el viento!¡Recoged la Mayor y la Mesana!¡Largad el Trinquete con treinta grados de estribor!
- Pero capitán, iremos directos contra el pico del cabo.
- Pasaremos a tres brazas de él y ganaremos tiempo.

Escuchar la seguridad con la que hablaba aquel hombre era increíble; nunca había conocido a nadie con tanta confianza en lo que hacía. La tripulación parecía dudar un poco con esta última orden. Las balas de cañón seguían llegando una tras otra, a pesar de que la distancia iba aumentando, aún estábamos en la línea de tiro. Una chispa de ira brilló en los ojos del capitán que dejó el timón y con una agilidad digna de un felino trepó al palo de mesana y de él llegó hasta el de trinquete dando saltos. Una vela más pequeña que las otras apareció cercana a la proa del barco, los marineros no tardaron entonces en recoger las otras dos y de pronto el navío dio un giro violentísimo hacia estribor. Mi campo de visión era muy reducido, así que no podía ver nada que no estuviera en posición casi vertical con respecto al suelo de cubierta. De pronto una sombra oscureció la cubierta, ocultando la luna, para desaparecer poco después.

- ¡Increíble! – gritó una voz ronca perteneciente a un hombrecillo de pelo cano y bastante alto, en el que creí reconocer al segundo de abordo - ¡Ha pasado a tres brazas del cabo!
- ¡Desplegad la Mayor y Mesana y realineadlas! ¡Los desocupados a los remos, aún no estamos a salvo! – esta vez era el capitán el que gritaba.

Pasó mucho tiempo en el que los hombres no hacían otra cosa excepto moverse de un lado a otro y remar. Ya despuntaba el alba cuando el capitán consideró que estábamos fuera de peligró y dijo en voz alta y clara, para que todos pudieran oírle:

- ¡Dejad solo la vela de Trinquete y que paren los remeros!

Los remos dejaron de moverse al instante y algunos hombres se encargaron de recoger las velas de Mesana y Mayor. Cuando la orden se hubo ejecutado el capitán volvió a gritar.

- Acercaos todos – al instante la tripulación al completo miraba al capitán de frente, que estaba subido en la plataforma del timón - ¿quién estaba encargado del palo de Trinquete?
- Y...yo, capitán – respondió un hombre de unos veinte años, con el pelo largo de color caoba.
- ¿Porqué no largaste el trinquete como ordené anoche?
- Yo..capitán, yo...
- ¡¿Qué!? – Bramó aquel hombre imponente, sus ojos centelleaban como si de estrellas se tratase.
- Pensé que nos estrellaríamos contra el cabo – respondió el marinero.
- Yo dije que no lo haríamos y di una orden. YO soy el capitán.
- Si señor, pero yo pensé...
- ¡TU LABOR A BORDO NO ES PENSAR, NO TIENES EXPERIENCIA SUFICIENTE COMO MARINO PARA PENSAR. TU TRABAJO ES CUMPLIR ÓRDENES! En el próximo puerto recogerás tus cosas, no quiero gente a bordo que cuestiones mis decisiones.
- ¡No capitán, por favor! – gimoteó el hombre – no me obligue a dejar el barco. Castígueme, pelaré patatas, limpiaré la cubierta.
- No.
- Córteme un dedo, una mano, pero por favor déjeme seguir abordo. Le juro que no volveré a desobedecer – una lágrima resbalaba por el rostro de aquel hombre.
- Si vuelves a gimotear te hecho al agua – respondió el capitán – dentro de tres días llegaremos a Génova, más te vale tener el petate preparado, o repartiré tus cosas entre los demás. Aquí tienes tu parte del botín de anoche – dijo, entregándole una pequeña bolsa de cuero llena de monedas de oro.
- ¡Escuchad, aquel que cuestione mis órdenes dejará la tripulación de una forma mucho más drástica que esta, espero por vuestro bien que sepáis entenderme!

De pronto sentí como el barril que me servía de apoyo cedía bajo mis pies. Caí de espaldas reventando el contenedor de madera, que hizo un ruido terrible.

- ¿Qué ha sido eso? – gritaron varios marinos al unísono.
La puerta de la despensa se abrió y el hombre alto y de pelo cano entró en ella. De inmediato me agarro por el cuello de la camisa y me llevó en volandas hasta cubierta. Estaba demasiado asustado para resistirme.

- Capitán, tenemos ratas en la despensa – aquellos ojos fríos y terribles me miraban ahora muy fijamente.

Capítulo 2

Me sentía completamente paralizado, no sabía lo que me podía ocurrir. Pasaron un par de minutos entre murmullos y exclamaciones en los que el capitán se dedicó a mirarme de arriba a abajo una y otra vez. El aire de la mañana era bastante fresco ya que el sol no había salido completamente aún; a mi alrededor pequeñas olillas cruzaban la superficie del mar como si se tratara de los pliegues de una sábana. Las gaviotas y otras aves marinas sobrevolaban la embarcación y se precipitaban hacia la superficie azul verdoso, rompían el agua, desaparecían por unos instantes y resurgían remontando el vuelo. Mirase hacia dónde mirase solo se veía agua, ni playas ni montañas o acantilados, ni siquiera algún otro barco, solamente el mar.

Podía sentir como los ojos de la tripulación se me clavaban en el cuerpo, pero yo permanecía hipnotizado por la mirada del capitán.

- Llévalo a mi camarote y quédate con él, enseguida iré yo también – dijo.

El hombre que me sujetaba hizo una reverencia, se dio la vuelta y me condujo hasta un amplio camarote. En su interior, justo en el centro de la estancia había una mesa de madera oscura y gruesa con una silla del mismo material en cada extremo. A un lado, pegada a la pared del camarote había una cama de una madera ligeramente más clara. La colcha que la cubría era de color verde muy oscuro, con adornos en color granate y una almohada blanca coronaba el mueble. Parecía bastante cara y desde luego no debía de ser lo habitual en un barco. Sobre la mesa había una lámpara de aceite, un tintero, papel y varias plumas. Una brújula y una carta de navegación descansaban sobre un baúl colocado al fondo del camarote. Al lado de una ventana podía verse el mapa de un archipiélago que me era desconocido.

El capitán entró poco después, se sentó en una silla y sin decir ni una palabra se quedó mirándome fijamente. No debieron pasar más de un par de minutos, pero a mi me parecieron días enteros. Finalmente se decidió a hablarme.

- ¿Qué hacías en la despensa muchacho? – su voz, dulce pero autoritaria parecía dominar mi voluntad.
- Yo...me escondí allí en el puerto
- ¿Te escondías?¿De quién?
- De la policía señor, me perseguía por haber robado pescado y carne en un puesto del puerto.
- ¿Robado?
- Sí, no tengo trabajo y mis padres murieron, así que para comer solo me queda robar. El tendero debió avisar a esos guardias, que me persiguieron desde la mansión del barón hasta el puerto. – el capitán soltó una carcajada.
- Bien, muchacho, te dejaré en tu casa dentro de dos semanas, cuando volvamos a ese puerto, mientras tanto permanecerás encerrado en un camarote. – El segundo de abordo, aquel hombre que aún me sujetaba un brazo, parecía perplejo ante esta situación.
- Señor yo...yo no quiero volver a aquel lugar – aún no se de dónde saqué valor para decir esto – déjeme quedarme abordo, puedo aprender cualquier trabajo que quiera darme.
- ¿Qué dices muchacho? ¿Acaso te has vuelto loco?
- No, señor, solo...yo solo quiero un trabajo.

El primer impulso del capitán fue echarse a reír y denegar mi petición, pero una extraña luz brilló en sus ojos y sus facciones perdieron parte de la tensión que tenían. Para sorpresa de Lowgue y júbilo mío, fui aceptado como aprendiz en la tripulación.

El haber pasado casi toda mi vida cerca del puerto me había ayudado a distinguir las partes de un barco mucho mejor de lo que cabría esperar en un chico de mi edad. Sabía como se llamaban los distintos mástiles y velas y sabía como se usaba cada uno, pero muy a grandes rasgos. También había escuchado como debía maniobrarse un timón y había oído la importancia que tenía la consistencia de las cuadernas y de la quilla para la navegabilidad y resistencia de un barco. También sabía distinguir las aletas de las amuras. Mi labor diaria a bordo del barco consistiría en lavar bien la cubierta y observar a la tripulación, sin perder detalle de cómo se ejecutaban las órdenes del capitán. Cuando terminase de limpiar debía ir al camarote del capitán y preguntarle todas las dudas que me hubieran surgido sobre las maniobras del navío.

Los meses en el barco se me hacían muy cortos y poco a poco fui aprendiendo del capitán Sheridan cómo debían orientarse y desplegarse las velas en función a la maniobra que se quisiera realizar, teniendo en cuenta el estado del mar y la prisa que se tuviera. Me enseñó también a leer y escribir, era sorprendente que un marino tuviese una caligrafía tan pulida y bella como la del capitán Sheridan. A medida que pasaba el tiempo y le veía actuar en alta mar en medio de toda clase de tempestades se me hacía más parecido a Sandokán y Simbad, incluso creía ver en él al mismísimo Poseidón, dios de las aguas, cabalgando sobre las olas en su carruaje de madera y cuerda, impulsado por el viento. A pesar de mi juventud no era lo suficientemente inocente como para no darme cuenta de que estaba enrolado en una tripulación de piratas, o al menos contrabandistas. Este segundo concepto creo que se ajustaba más a lo que había visto hasta el momento, ya que nunca habíamos abordado un barco por la fuerza ni nada por el estilo, pero el capitán parecía conocer todos los puertos dónde podía desembarcarse mercancía eludiendo las aduanas.

El tiempo fue pasando y poco a poco me convertí en uno más de la tripulación. Ya debía tener unos doce años cuando dejé de limpiar la cubierta y me afanaba en atar y desatar cabos, remar y recoger las velas según las órdenes del capitán. Si bien no era por aquel entonces el más diestro marino si puedo decir que era el más entregado y trabajador. Hughes, el viejo timonel, me decía a veces que tenía un gran futuro como marino, incluso llego a decirme que sería mejor navegante que Sheridan. Me llevaba bastante bien con casi toda la población, aunque un par de marineros me envidiaban porque pasaba mucho tiempo con el capitán, decían que yo era su “ojito derecho”. Lo cierto es que el capitán seguía dándome clases siempre que teníamos tiempo libre, entre él y Lowgue, que por cierto era ya bastante mayor y siempre tenía la cara gris, me enseñaron a hablar varias lenguas: inglés, griego, español e italiano. Si le sumábamos mi francés natal resultó que con trece años hablaba y escribía cinco lenguas con perfecta fluidez. Las matemáticas no me dieron muchos problemas, de hecho creo que Sheridan se sorprendió bastante por mi elocuencia.

Desde mi entrada en la tripulación había observado que nuestro barco hacía escala en Génova con mucha frecuencia. Al principio no le daba importancia, pero según fui creciendo comencé a escuchar los comentarios de la tripulación, en especial los que hacía Lowgue cuando estaba borracho. Lo que era evidente para todos es que Sheridan parecía más feliz cada vez que nos acercábamos a Génova y que su semblante siempre se volvía más duro cuando nos alejábamos de sus puertos. Pasaría aún mucho tiempo antes de que el capitán me contase su historia sin embargo creo oportuno ir contándola a la par que la mía, pues en ciertos aspectos, si no en todos, están entrelazadas y se influyen mutuamente. No obstante, pese a la necesidad de contar la historia de Sheridan para entender debidamente algunos de los acontecimientos de mi relato, no me veo capacitado para relatarla con la debida fuerza, por eso me serviré de un diario que el capitán me entregó y copiaré aquí las partes que me parezcan más oportunas.

Como iba diciendo, Sheridan abandonaba el barco durante un par de días siempre que echábamos el ancla en Génova, cosa que hacíamos con bastante frecuencia. Durante su ausencia Lowgue se hacía cargo de dar las órdenes abordo, reabastecer la despensa y preparar las próximos cargamentos; nadie preguntaba a dónde iba el capitán ni porqué a su regreso parecía terriblemente abatido la mayoría de las ocasiones. Y si alguien preguntaba Lowgue contestaba que estaba de negocios, pero todos sabíamos que no era así. Lo cierto es que el capitán iba visitar con toda la frecuencia que podía una persona bastante especial para él. Se trataba de una chica joven, dos o tres años más joven que el capitán Sheridan, desde niños habían mantenido su romance a escondidas y tenían intención de casarse cuando los padres de ella la obligaron a contraer matrimonio con un duque viejo y huraño; después de eso el capitán se hizo marino. Sheridan y su amada se veían a escondidas esperando que la muerte del duque llegase pronto. Ya hacía más de diez años desde la boda cuando yo conocí al capitán. No transcribiré la historia completa, comenzaré desde que yo tenía quince años, un día que recuerdo con especial tristeza y al mismo tiempo alegría.

Llegamos a Génova cuando aún era de noche, el capitán parecía ansioso por llegar a tierra así que nos esforzamos al máximo en los remos, además, toda la tripulación estaba deseando pisar una taberna y algún otro lugar dónde pudieran encontrar una compañía más agradable que la de sus compañeros de tripulación. Para sorpresa nuestra, el capitán no abandonó la nave nada más llegar, sino que permaneció en el barco hasta que amaneció, aunque creo que no pegó ojo en toda la noche, porque sus pasos resonaban en el suelo de su camarote.

Como decía, al amanecer el capitán dio órdenes para que todos estuviésemos a bordo en dos días y que siempre hubiese al menos tres personas en el barco. Lowgue y yo estábamos practicando la lectura de algunas cartas de navegación especiales, así que decidimos quedarnos a bordo, al fin y al cabo solo serían dos días, tres como máximo. El capitán Sheridan abandonó la nave y no tardó en desaparecer. Los hechos ocurridos en el barco durante ese espacio de dos días apenas merecen un comentario, ya que no sucedió nada importante. Pero sí ocurrió algo, un suceso que cambiaría muchas cosas en mi vida y en mis relaciones con la tripulación. Sin embargo, ya que el resto del tiempo transcurrió de forma tediosa y aburrida, será mejor que inicie aquí el relato de las aventuras solitarias del capitán, y como dije, lo haré mediante su diario.


15 de Junio

Echamos el ancla en Génova ayer por la noche, una corriente contraría y algún contratiempo en cubierta nos impidieron llegar mientras aún era de día. Esperé ansioso a que llegase el alba, tan nervioso estaba que no dormí en toda la noche, tiempo que emplee simplemente en pasear de un lado a otro de mi camarote. La mañana me sorprendió pensando en ella, dentro de tres días debía partir y el viaje esta vez será bastante largo, no podré verla en varios meses. Ese pensamiento me tortura a cada segundo, a pesar de que ahora duerme a mi lado, tranquila y hermosa, igual que un ángel bueno.
Como decía, salí de mi barco poco después de que el sol iluminase el cielo. Lowgue quedó al mando en mi ausencia, como siempre y la tripulación estará abordo en dos días, y quien no esté se quedará en tierra, no podemos retrasarnos ni un día en este viaje. Corrí por las calles de mi querida Génova sin ver siquiera los edificios que me rodeaban; tan bien conozco el caminó. Lorene ya me estaba esperando. Hemos pasado el día hablando y paseando; cerca del puerto hay un pequeño bosquecillo dónde pueden darse unos agradables paseos a caballo y calmar el calor del verano en las playas del río, es un paisaje realmente precioso, algún día construiré una casa en ese lugar. Lorene se ha despertado, así que te dejo mi querido amigo, hasta mañana.


16 de Junio

Hoy he recibido una noticia maravillosa. El marido de Lorene está enfermo, los médicos dicen que si no mejora en menos de un año habrá muerto. Un año...solo un año más y al fin podré casarme con Lorene, soy tan feliz. Me siento tan dichoso que me cuesta incluso escribir. Discúlpame compañero, perdona que te trate de tan mala manera, pero no me siento con ánimo de escribir, solo quiero besarla y soñar con nuestro futuro, en el bosquecillo, junto al río...

17 de Junio

Dicen que las buenas noticias siempre van acompañadas de otras malas. Y parece que es cierto. La tristeza por lo ocurrido hoy ha ensombrecido mi corazón a pesar de la feliz noticia de ayer. ¡Oh, amigo mío, que grave pérdida! El día estaba siendo maravillo, Lorene y yo lo hemos pasado juntos casi por completo, ya que el médico ha desaconsejado que su marido tenga compañía femenina. Fuimos a ver un baile precioso por la mañana y al caer la tarde asistimos a una ópera de gran talento. Su compañía me devuelve la vida, me siento como un niño a su lado; si tengo su mirada no necesito ver y una palabra suya vale más que diez años de mi vida.

Cerca del centro de la ciudad, dos calles más abajo del teatro, en un edificio blanco de dos pisos Lorene y yo estábamos cenando y hacíamos planes para nuestro futuro.

- Lorene, cuándo vuelva de mi viaje por fin seremos libres.

- Oh, apenas puedo creerlo. Soy tan dichosa Oliver. Pero...

- ¿Qué sucede querida?

- Tengo miedo amor mío. Me da miedo que algo malo te ocurra.

- Si es el mar lo que te preocupa, tranquila, hace tiempo que Neptuno trabaja para mi.

- No es solo eso Oliver, tus viajes, tus cargamentos...se que a veces corréis peligro, ¿qué pasará si te meten en prisión?¿Y si te matasen en alguna lucha?¿Qué sería de mí?

- Tranquila Lorene, este será mi último viaje, cuando por fin nos casemos y vivamos juntos dejaré el oficio de marinero. Buscaré algo en tierra para estar junto a ti, ya lo tengo todo pensado.

Era cierto, dejaré de navegar cuando me case con Lorene. El mar siempre fue mi gran pasión, pero no me importa rechazarla para estar junto a ella, no soportaría tenerla lejos de mí sabiendo que ya es mi esposa.

Nuestra conversación continuó durante la cena cuando a la puerta de la casa se oyeron unos golpes.

- ¡ Capitán, capitán Sheridan! – aquella voz me resultó familiar.

- ¡Gabriel! ¿Qué haces aquí? – aquel muchacho con tanto talento que hacía ya siete años que se coló en mi barco era quien llamaba a mi puerta.

- Holland me envía a buscarle señor – parecía bastante nervioso.

- ¿Holland? ¿Y por qué, qué ha pasado?

- Es Lowgue señor – las lágrimas corrían por sus mejillas, no me había dado cuenta de que tenía los ojos rojos he hinchados – ha muerto.

- ¡¿Qué?! – no podía dar crédito a lo que acababa de oír – mira muchacho, si esto algún tipo de broma te juro que...

- Ojala fuese una broma capitán, Lowgue se puso enfermo poco después de que usted partiese.

Volví a entrar en la casa y recogí mis cosas.

- Lorene, tengo que irme, ha ocurrido una desgracia.

- ¿Una desgracia?¿Qué ha pasado querido?.

- Lowgue ha muerto.

Salí de la casa y corrí hacia el puerto, Gabriel venía detrás de mí. Solo miré hacia atrás una vez, lo suficiente para ver su silueta en la puerta, mirándome marchar.


Ahora sabéis lo que ocurrió. Lowgue murió aquella noche. Cuando el capitán y yo regresamos a bordo su cuerpo aún no estaba frío del todo y yacía tendido en su cama. La tripulación al completo miraba el cadáver en silencio, con la tristeza reflejada en el rostro. Sheridan nos envió a todos a nuestros camarotes. Lo cierto es que no quería que nadie le oyese llorar la muerte de su amigo.

A la mañana siguiente todos esperábamos al capitán. Lowgue tendría un entierro de marino, dormiría el sueño eterno en el fondo del Mediterráneo, pero era necesario decidir quién ocuparía el cargo de segundo. El capitán Sheridan salió de su camarote, iba vestido completamente de negro, las hebillas de su cinturón y sus botas eran de oro y colgado de su cuello podía verse el colgante de hierro y marfil que Lowgue solía llevar.

- Compañeros, amigos – su voz sonaba igual de decidida que siempre, pero su rostro era la imagen del dolor, sin embargo sus ojos permanecían limpios y fríos como el hielo – la muerte de Lowgue ha sido una terrible pérdida para todos nosotros. Todos sabéis cuánto amaba el mar y a este barco. Muchos de vosotros aprendisteis todo lo que sabéis de él y ahora lloráis sobre su cadáver. Lowgue era nuestro amigo, para muchos de nosotros fue algo parecido a un padre, sin embargo, precisamente por eso, sabéis que él no hubiese querido que nada retrasase el viaje de nuestro barco. Lowgue se ha ido, pero todos nosotros debemos seguir adelante. Algunos habéis navegado a mi lado durante años, otros apenas acabáis de llegar. Todos vosotros sois grandes marinos, pero solo uno puede ocupar el puesto de Lowgue. Como capitán me corresponde a mí tomar esa decisión, así que intentaré ser justo y escoger a aquel de vosotros que presente mejores conocimientos de náutica, aquel que pueda llevar el barco con la misma seguridad que yo, aquel que sepa ser padre y verdugo de la tripulación, es decir, el mejor. No ha sido una decisión sencilla, he dudado gravemente sobre quién es la persona más adecuada para esta labor y espero no equivocarme.

Toda la tripulación escuchaba al capitán en absoluto silencio, todos y cada uno de aquellos rostros expresaba bien el respeto y la admiración que aquel hombre inspiraba en el grupo de marinos.

- Holland, has estado a mi lado durante muchos años y eres un marino intrépido. Shay, eres un hombre de carácter fuerte, frío como el hielo – ambos marinos, aunque serios, dejaban adivinar por sus miradas que esperaban fervientemente obtener el puesto – sin embargo una persona a bordo de este barco a demostrado ser igual de intrépido y decido, ha sabido ganarse la confianza y la simpatía de toda la tripulación, y ahora me corresponde reconocer ese trabajo. Miradle ahora como un igual, y no olvidéis que es ante todo vuestro compañero, aunque a partir de hoy será también vuestro superior – los ojos azules del capitán me perforaron hasta el alma – Gabriel, a partir de hoy serás el segundo de a bordo.

Creí que iba a desmayarme, ¡yo segundo de a bordo!.

- No es justo capitán, apenas es un niño, ¿por qué le escoges a él? – era Holland quien se dirigía así al capitán.

- ¿Y quién es para ti el más preparado Holland? – respondió Sheridan

- Dejando de lado la falsa modestia, yo mi capitán; soy mejor marino que ese muchacho.

- ¿Ah si? Bien, imagínate que navegas directamente hacia unas rocas, un viento de tormenta sopla de babor. Estás a seis brazas de distancia de las rocas, debes evitar el choque ¿cómo lo harías?

- Navegaría a palo desnudo y me impulsaría con los remos – contesto Holland.

- Sí, y partirías el palo mayor antes de estrellarte, muy bien Holland ¡eso es un buen marino!

- ¿Qué harías tu Gabriel?

- Yo capitán...-nunca había estado tan nervioso en mi vida – desplegaría la de mesana noventa grados a estribor, esperaría el viraje, recogería la vela de mesana y aprovecharía el viento en la mayor para alejarme.

- ¡Bravo! Bien Holland, ahí tienes la razón de porqué es el segundo de a bordo. Gabriel, ordena la tripulación para partir. Nos vamos a Estambul. Estaré en mi camarote.


Capítulo 3

Aún no me lo podía creer. Estaba convencido de que el pecho iba a reventárseme de alegría. Sin embargo pronto me di cuenta de las responsabilidades que conllevaba mi nuevo cargo. Además había ciertas cosas que habían cambiado; algunos de mis compañeros me miraban de forma distinta y, por supuesto, Holland y Shay ni siquiera me miraban y si lo hacían era con desprecio y envidia. Sin embargo la mayoría de la tripulación confiaba en mí o al menos confiaba en el capitán y por ende en sus decisiones.

La ilusión que me hacía aquel ascenso me hacía ver el mar más profundo, el cielo más azul y el sol más brillante. No se hasta que punto era correcto, pero me alegraba de haber sido elegido yo aún en detrimento de otros que tenían más experiencia.

Cuando hube dado las instrucciones necesarias para poner rumbo a Estambul y me aseguré de que todo estaba en orden bajé al camarote del capitán. Le encontré mirando aquellos extraños mapas de islas y murmurando cosas ininteligibles. Cuando me vio entrar me miró y solo con la expresión de sus ojos me hizo comprender que quería que me sentara.

- Gabriel – su voz sonaba cansada y triste - ¿has estado alguna vez en Estambul?
- No, capitán.
- Debes prestar mucha atención a lo que voy a decirte: Estambul no se parece a nada de lo que hayas visto hasta ahora. Nunca has visto un país dominado por la religión islamista.
- ¡Musulmanes! – mi sorpresa fue mayúscula - ¡Herejes!
- Herejes...si...solo porque su Dios se llama Ala en lugar de Yavhe. Escucha bien, la diferencia entre el Islam y el Cristianismo no es tan grande, ni ninguna de las dos es tan distinta del Judaísmo, de hecho solo cambian las costumbres y el personaje que toman por mesías. Gabriel, lo que quiero que entiendas es que Estambul es posiblemente la ciudad más hermosa que verás jamás, pero también puede ser la más peligrosa. Allí los ricos son mucho más ricos, pero los pobres son infinitamente más pobres y harán cualquier cosa para salir adelante. Cuida tus espaldas cuando lleguemos. Eso es todo.

El tiempo que tardamos en llegar a Estambul me pareció una eternidad. La rutina diaria a bordo se había convertido para mí en una distracción considerable que me ayudase a matar el tiempo hasta que hubiera tierra a la vista.
Cuando la costa se dibujo en el horizonte sentí como el corazón se me aceleraba, ansiaba ver Estambul, quería comprobar si era tan hermosa como me había contado el capitán. La silueta de sus mezquitas hizo que mis pupilas se dilatasen. Cada rincón de la ciudad, desde el puerto hasta el más pequeño callejón era para mí una obra de arte arquitectónica y los exóticos y desconocidos ropajes que llevaba la gente se me grabaron a fuego en la mente. Sobretodo me llamó la atención ver a las mujeres con el rostro cubierto por pañuelos de seda y velos. Había oído hablar de ello, pero nunca terminé de creerlo hasta que no lo vi con mis propios ojos.

Sin embargo sentía algo raro en Estambul. Ciertamente era muy hermosa y además bastante grande, pero tenía la impresión de que no era original. Este presentimiento se convirtió en certidumbre cuando vi Santa Sofía con su cúpula y sus columnas. Aquel coloso de piedra me pareció una de las cosas más bellas sobre la Tierra.

Mucho
más tarde descubrí que Estambul efectivamente no era una ciudad original. Antiguamente se había llamado Constantinopla y había sido la capital del gran imperio bizantino. Durante años había sido la sede mundial del cristianismo hasta que un sultán llamado Mehtmet II le puso cerco y la quemó y desvalijó casi por completo en la primera mitad del siglo XVI. La mayoría de sus mezquitas estaban construidas sobre iglesias cristianas derruidas y la fabulosa Santa Sofía era en realidad una catedral con algunos añadidos. No obstante, lejos de restarle belleza, esto le da a Estambul un encanto único, es como mirar al mismo tiempo el pasado y el presente de dos de las grandes religiones del mundo.

En Estambul te sientes rodeado de cultura y sabiduría y en cada edificio pueden verse reliquias y tesoros de valor incalculable.

No obstante la cara de Estambul que nos correspondía ver en este viaje era bien distinta. Tras el velo de opulencia y lujo de la maravillosa ciudad se escondía una sociedad de individuos pobres vestidos casi en exclusividad por la mugre que cubría su piel, una sociedad de ladrones, asesinos y contrabandistas de la peor calaña. Había algunos individuos que concentraban en si mismos las tres cualidades, pequeñas joyas de oriente. Precisamente con uno de estos últimos individuos era con quien debíamos contactar. Como segundo, a pesar de mi juventud e inexperiencia, tuve que acompañar al capitán y a otros dos marinos. Caminamos por calles estrechas y oscuras alejándonos del puerto; a medida que avanzábamos la oscuridad y la inmundicia se hacían más densas. Las casas bajas y unifamiliares que nos rodeaban estaban construidas sin ningún tipo de orden urbanístico y las ratas campaban por las calles en manadas. Después de girar a la derecha en una esquina dónde algo que años atrás probablemente fuera un hombre dormitaba borracho a juzgar por el hedor a alcohol que despedía, nos topamos con un edificio más grande que los circundantes que presentaba un portón de madera tachonado como puerta de entrada. El capitán golpeó la puerta tres veces seguidas. La madera crujió sobre sus goznes metálicos descubriendo una oscuridad aún más densa que la que ya nos rodeaba. La entrada parecía la boca de algún monstruoso ser.

Cuando entramos la luz de un puñado de velas comenzó a alumbrar la enorme habitación. Hacía frío allí dentro y el ambiente era húmedo. Cuatro hombres nos miraban desde detrás de una mesa colocada en el centro de la sala. Uno de ellos tenía una fea cicatriz en la cara que cruzaba el ojo derecho, dónde antes debió haber una pupila y un iris ahora solo se veía una leve película blanca de aspecto brumoso. Parecía ser el jefe de los otros hombres ya que los demás no hacían nada sin un gesto o una palabra suya. El capitán le saludo con un apretón de manos y comenzaron a hablar en un idioma que no conocía. Mientras los otros tres hombres nos miraban a mis compañeros y a mi y parecían hacerse preguntas entre ellos. El hombre de la cicatriz se desató una bolsita de cuero que llevaba cosida al cinturón y la puso sobre la mesa; a continuación extrajo del interior de la bolsa diez gemas de distintos colores, las contó tres veces y se las dio al capitán. Uno de los hombres se apartó de la mesa hacia el final de la habitación y regresó con un saco de lo que parecían ser especias y se lo tendió a uno de mis compañeros. No pude evitar fijar la vista en las espadas de hojas curvas que pendían de los cinturones de aquellos hombres y de los trabucos adornados en oro. Con un nuevo apretón de manos el capitán Sheridan y el hombre de la cicatriz se despidieron. Cuando volvimos al barco el capitán dio orden de descargar la mercancía. Antes de media hora el barco estaba vacío y los tres hombres que había visto en compañía de su misterioso jefe habían ido al puerto con otros quince compañeros a recoger la carga. Era de noche por lo que la tripulación se retiró a descansar, yo acompañé al capitán hasta su camarote.

- Capitán
- Dime, Gabriel – parecía cansado.
- ¿Quién era aquel hombre, el de la cicatriz?
- ¡Ah! Un viejo comprador, Yassim.
- No me fío de él capitán.
- Estupendo, ya tenemos algo en común, yo tampoco me fío de él.
- ¿Entonces porqué le vende la mercancía capitán?
- Porque paga mejor que los demás. Escucha Gabriel, en tu tripulación solo debe haber hombres en los que puedas confiar porque muchas veces te verás atrapado en una tormenta y esos hombres podrían salvarte la vida; sin embargo a la hora de hacer negocios busca siempre al mejor postor, pero ten cuidado, no siempre el que más da es el que mejor paga.
- ¿Qué quiere decir capitán?
- Todavía eres muy joven, ya lo entenderás con el tiempo. Ahora ve a acostarte, es tarde.

Para mi sorpresa aquella noche dormí muy bien. Pensaba que los nuevos descubrimientos y la inquietud de estar en un país tan distinto de lo que conocía me impedirían descansar en condiciones, pero no fue así. Los rayos del sol se filtraron a través de una ventana que había en mi camarote y las gaviotas se dejaron escuchar casi al mismo tiempo. De pronto un sonido ensordecedor lo envolvió todo y el agua salada entró por la ventana en tal volumen que me cubría los tobillos.

- ¡TODOS A CUBIERTA, RÁPIDO! – era el capitán quien gritaba - ¡ANDERSSON, ISAAC, ROWEL, GOITZCOETXEA A LOS CAÑONES, EL RESTO PREPARAOS PARA RECHAZAR EL ABORDAJE! ¡¿DÓNDE DIANTRES ESTÁ GABRIEL? QUE ALGUIEN LE TRAIGA AQUÍ DE INMEDIATO!

Subí corriendo a cubierta como si me fuera la vida en ello. Por poco tropiezo con Marlow, un chico joven, solo cuatro o cinco años mayor que yo, pelirrojo y con la cara cubierta de pecas. Solía tener siempre una expresión alegre en el rostro pero en ese momento parecía muy preocupado. No nos detuvimos a hablar y en pocos segundos estaba al lado del capitán. El humo de los cañones formaba nubes sobre cubierta y sobre la superficie dormida del mar. Aquella cortina gris era tan densa que a duras penas se distinguía la silueta de un barco aproximándose a nosotros. Los hombres no dejaban de moverse y el griterío era tan fuerte como si una manada de elefantes estuviera chillando al unísono. El capitán me miro, en sus ojos había una dureza y una determinación intimidantes; parecían los ojos de un león a punto de lanzarse sobre su presa. Me puso en la mano el mango de un enorme machete “Ten cuidado”. No dijo nada más en los interminables segundos que el otro barco tardó en lanzar los ganchos de abordaje y la tripulación pirata comenzó a invadir nuestra nave. En pocos minutos la cubierta de madera se había transformado en la arena de un coliseo romano dónde gladiadores de piel tostada por el sol blandían machetes y disparaban trabucos los unos contra los otros. Manos, cabezas y cuerpos rodaban por todas partes, algunos caían al agua y servían de alimento a los tiburones y otros contemplaban impotentes como la vida se les escapaba junto con las entrañas a través de un tajo en el vientre. Aquello no duró mucho tiempo, pero a mí me pareció una eternidad.
Estaba demasiado ocupado tratando de salir ileso de aquella escaramuza para darme cuenta de lo cerca que estaba de la borda. De pronto el grito de un cañón hizo desaparecer el resto de sonidos, el barco se tambaleó de un lado a otro y durante unos instantes creí volar. El agua fría y oscura no tardó en envolverme; instantáneamente sentí un agudísimo dolor en el hombro y  cómo me mareaba y se me nublaba la vista y después debí perder el conocimiento, pues solo recuerdo oscuridad.

El sol me calentó el rostro y con un gran esfuerzo abrí los ojos. El cielo se abría azul ante mis ojos y ni una sola nube desfiguraba su uniforme tapete. Miré a mí alrededor y vi arena y más arena. Estaba en una playa. Traté de mover el brazo derecho, pero lo tenía inmovilizado por un palo y un fuerte vendaje. Me senté utilizando todas las fuerzas que fui capaz de reunir y miré a mi espalda. Una línea oscura separaba la playa de lo que parecía una selva.

- Vaya, por fin te despiertas ¡Creíamos que no lo contabas!
- ¡Marlow! ¿Dónde estamos?¿Dónde están los demás?
- ¡Eih! Cálmate un poco ¿quieres? No tengo ni idea de dónde estamos. Solo se que es una isla y que aún no hemos encontrado a nadie en ella. Creemos que está desierta.
- ¿Creemos? – creo que estaba tan asombrado que no terminaba de creer cual era la situación.
- Ajam, Goiztcoetxea e Isaac también están aquí. Nos caímos al mar durante el abordaje y la marea nos trajo hasta aquí. Cuando te encontramos tenías una herida muy fea en el hombro y bastante fiebre, es casi un milagro que estés vivo.

Entonces comprendí que estaba en una isla desierta lejos del mundo. Lejos del continente, lejos del barco – ni siquiera sabía si aún había un barco- , lejos del capitán.

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